28 de abril de 2008

Pero yo soy una serpiente...

Allí estaba, tumbada en la cama, como muerta. Su boca abierta parecía no respirar debajo de aquel pelo alborotado. La sábana, enredada en un ovillo alrededor de su pierna, dejaba al descubierto parte de su muslo derecho y de su pie descalzo, mientras la otra pierna, doblada sobre sí misma, yacía al menos a un kilómetro de distancia.

La miró por última vez mientras se ataba con parsimonia el nudo de la corbata y disfrutaba de la luz tenue de la madrugada iluminando levemente la curva de su seno descubierto. Se sintió bien, grande, poderoso. ¿Cómo no sentirse así después de una noche como aquella?

Había sido mucho mejor de lo que pudo sospechar la primera vez que la vio. Entonces había entrado en su despacho como una locomotora, micrófono en mano y el pelo rubio recogido sobre la nuca mientras un mechón ondulado se escapaba por detrás de la oreja.

Tenía un magnetismo exultante, un atractivo animal, que surgía como un embrujo de aquella mezcla entre su cara de niña y su pose de agresiva profesional. Casi le había hecho temblar mientras le preguntaba con aquella voz susurrante y melódica. Era pura sensualidad enfundada en traje de chaqueta.

Ya por la noche, en pleno acto de inauguración del nuevo centro de negocios, sintió como una erección amenazaba su entrepierna iluminada por los focos, cuando apareció con aquel vestido de gala. El brillo de sus labios carnosos, la piel blanca y tersa asomando por su escote infinito le hicieron perderse por un instante en fantasías perversas. Se acercó a ella con una copa de champán y la miró a los ojos con la seguridad de que la haría suya aquella misma noche.

Tan sólo un par de horas más tarde, con la fiesta agonizando entre el bullicio de los más rezagados, disfrutó admirando cómo había logrado hipnotizarla. Sentado cómodamente en uno de los sillones del salón frente a los más importantes empresarios del sector, ahogó sus últimas promesas económicas de la noche en una copa de coñac, mientras su mano se deleitaba bajo la mesa en la suavidad de su piel de seda.

Al salir le esperaba el chófer. Se despidió de ella con disimulo y se subió guiñándole un ojo, mientras ella se dirigía hacia su coche. Un kilómetro más adelante ambos coches paraban en la cuneta. Se bajó y montó junto a ella.

-Vamos a tu casa- le dijo con la misma autoridad varonil con la que había conseguido conquistarla.

Ella arrancó. Quince minutos más tarde la tenía entre sus brazos, completamente desnuda y entregada al placer que sólo él sabía darle. La besó, acariciándole el rostro suavemente, con la ternura del amor verdadero, mientras la penetraba con fuerza bajo las sábanas. Ella a penas podía respirar entre jadeos. Sus piernas temblorosas estaban abiertas de par en par a cada uno de sus arranques de pasión.

Entonces la hizo rodar sobre él, obligándola a cabalgarle con fuerza. Pero, en vez de eso, ella se separó, inclinándose sobre él para besarle el cuello, luego el pecho, el vientre y finalmente... Dios, era maravillosa. Jamás había sentido un placer así. Creyó morirse de pasión mientras le succionaba con deleite. Su boca era un mar de sensaciones por descubrir, abierto a los deseos más insospechados.

Estaba a punto de derramarse en su garganta cuando de nuevo se separó, mirándole a los ojos fijamente, disfrutando de la autoridad que en aquel momento le había otorgado, la autoridad de haberle colocado al borde de una explosión de deseo. Entonces se sentó sobre él y con la habilidad de una bruja logró despojarle del más mínimo resquicio de control sobre sus actos. Ahora él era suyo. Era suyo y quería que lo dominase como ninguna mujer lo había hecho hasta el momento.

Y lo hizo. Poseída por una energía frenética que parecía no tener límite, logró arrancarle hasta el último grito de su garganta. Mientras sus nalgas rebotaban sin freno sobre sus muslos empapados, sintió que su alma entera clamaba por derramarse en el interior de aquella gruta de placeres infinitos. Aquella gruta flexible y ardiente que se contraía y moldeaba una y otra vez sobre su lujuria convertida en roca.

No pudo más, y agarrándola con fuerza de los hombros, la aprisionó sobre su pecho para verter hasta la última gota de su desenfreno en lo más profundo de aquel cuerpo de vicio absoluto. Un último alarido compartido rompió el silencio que los envolvía justo antes de que cayera rendida sobre él.

Tan sólo unos minutos más tarde estaba totalmente dormida y él, con el sigilo de un felino, recogía su chaqueta de encima de la silla del salón. Sobre la mesilla de la entrada encontró un bloc de notas con la tapa en cuero marrón. Sacó su pluma del bolsillo de la camisa y escribió: "No quise despertarte. Besos" y dibujó, junto a las letras de trazo fino y delicado, una flor de cinco pétalos.

Dos días más tarde, el teléfono interrumpía la última canción en el reproductor de su pequeño deportivo rojo. Pulsó con su larga uña un botón para descolgar y la voz varonil de él se escapó de los altavoces laterales.

- Hola guapa, perdona que no te respondiera antes, me había dejado el móvil en casa.

- No pasa nada, ¿escuchaste mi mensaje?

- Por su puesto, cuenta con los pases v.i.p. para la fiesta- contestó él con aire de soberbia.

- Estupendo, pero me refería a lo otro. ¿Me paso mañana por tu despacho y me cuentas lo de la fusión con el Banco Austriaco?

- Pero todavía no he hablado con mi equipo sobre el anuncio.

- Bueno, pero podrás adelantarme algo, ¿a que sí?

- Venga, está bien. Te espero.

- Hecho, y así de paso me das las entradas.

- Okay, hasta mañana.

Destiny's Child volvieron a ocupar los altavoces. Su mejor amiga, sentada en el asiento del acompañante, la miró alucinada.

- No se nota en nada que haya pasado algo entre vosotros, ¡qué profesionalidad!

- Eso es. En nada, excepto en que ahora consigo de él lo que me da la gana - contestó ella entre carcajadas-. Él es un tiburón, nena, pero yo soy una serpiente- añadió subiendo el volumen de la radio.